A veces las cosas no salen como las planeamos, como las soñamos o simplemente como necesitamos que salgan. No conozco a nadie que se haya librado de vivir épocas donde la vida nos exprime más de lo que creemos soportar y donde concluimos que ya no tenemos nada que dar, ni fuerzas, ni energía, ni ganas para seguir… ¡Nada! Y si nos preguntan qué tenemos, la respuesta indudable es: “Nada”.
Es como lo que le tocó vivir a la mujer viuda que aparece en 2 Reyes 4:1-7. Ella enfrentó la pérdida de su marido y luego cayó en cuenta de que las deudas que él le dejó alcanzan a los hijos de ambos, por lo que están en riesgo de convertirse en esclavos. ¿Se imaginan su dolor y su angustia? Su mundo se estaba viniendo abajo, pero afortunadamente acudió al profeta Eliseo para pedirle ayuda.
En ese pasaje vemos que el profeta no le pregunta mucho, no pide explicaciones, y más bien se concentra en una pregunta: “¿Qué tienes?” Ella responde sin dudar: “¡Nada!” Pero parece que lo piensa un poco más y luego le dice que solo tiene “una vasija de aceite”. ¡Eso bastó para que el profeta declarara la Palabra y ella pasara de una crisis financiera a ser una empresaria!
Me gusta mucho la actitud de la mujer, quien no pensó en buscar culpables o arremeter contra su esposo, quien la puso en esos aprietos. No buscó hacerse la víctima, sino más bien se puso en plan de acción. Como madre, su objetivo eran sus hijos y esa es la actitud que a veces debemos tener para avanzar y salir adelante
Quizá no sea a tu esposo a quien hayas perdido, sino tu trabajo, un contrato importante, tu casa o una empresa, pero aunque sientas que no tienes nada, observa a tu alrededor: te darás cuenta de que Dios ya te ha provisto de algo que, por pequeño e insignificante que parezca, Él puede multiplicar. ¿Te parece muy fácil para ser cierto? Toma en cuenta que Dios ilustró la Biblia con ejemplos como este para que podamos identificarnos con estas situaciones y por fe comprendamos que cualquier “imposible” también puede ser alcanzable para nosotros, en este tiempo y con nuestras propias circunstancias.
En años de conocer al Señor puedo decir que al final no se trata de qué tan desamparados nos sintamos o qué situación estemos viviendo, sino de quién viene a nuestro amparo. Si estás convencido de que Dios es tu Padre amoroso, no pienses en lo que no tienes sino en esa vasija que está escondida en algún lugar y que Él puede usar para sacarte adelante. ¡Encuentra tu vasija!