¡Jesucristo, mi Señor! Me asombra el hecho de que tú, el Dios eterno, te hiciste hombre por mí. Dejaste el esplendor celestial por el establo de Belén. Anduviste por las polvorientas veredas de Palestina, enseñando y haciendo el bien. Calmaste el mar furioso; sanaste al enfermo y diste esperanza al desalentado.
Tú, el perfecto Hijo de Dios, tomaste mi pecado y llevaste mi castigo. Sufriste el dolor, el rechazo, la soledad…y la muerte. Eres Jesús, mi Salvador.
Resucitaste triunfante del sepulcro. Desde que te recibó por la fe, vives en mí y estás transformando mi pensar y mis anhelos. Has quebrantado el poder del pecado en mi vida. Eres Cristo, mi Libertador.
Hoy ocupas el lugar de honor a la diestra de tu Padre, donde intercedes por mí. Y cuando regreses a este mundo en gloria, toda rodilla se doblará y toda lengua confesaré que eres el Señor, Dios todopoderoso.
¡Jesucristo, tú eres mi Señor! Te amo, te adoro y te alabo con el canto que surge de mi ser.