Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mateo 5:6) podría ser algo así:

Este versículo nos habla de la importancia de buscar la justicia en nuestras vidas. La palabra «bienaventurados» se refiere a aquellos que son felices y tienen una vida plena, y en este caso, se les promete que serán saciados si tienen hambre y sed de justicia. Pero ¿qué significa tener hambre y sed de justicia?

Personalmente, esto significa tener un deseo ferviente de hacer lo correcto y de luchar por un mundo más justo e igualitario. Significa no aceptar la injusticia cuando la veamos y tomar medidas para corregirla. Significa tratar a los demás con respeto y compasión, y actuar con integridad en nuestras decisiones cotidianas.

En un mundo donde a veces parece que la injusticia y la desigualdad son la norma, puede ser tentador renunciar a nuestro deseo de justicia y conformarnos con la vida que tenemos. Pero este versículo nos recuerda que si mantenemos nuestra hambre y sed de justicia, seremos recompensados con una vida plena y satisfactoria. Así que hagamos un esfuerzo consciente por buscar la justicia en nuestras vidas, sabiendo que esto nos llevará a la verdadera felicidad.

Cristo Resucitado

En la misma hora se levantaron y se volvieron a Jerusalén. Hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos, quienes decían: ¡Verdaderamente el Señor ha resucitado y ha aparecido a Simón! Mientras hablaban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: ¡Paz a vosotros…Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Palpad y ved, pues un espíritu no tiene carne ni  huesos como veis que yo tengo.

Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras, y les dijo: ¡Así está escrito, y así fue necesario que el  Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día.

Entonces él los llevó fuera hasta Betania, y alzando sus manos les bendijo.

Aconteció que al bendecirlos, se fue de ellos, y era llevado arriba al cielo.

Mi Señor Jesucristo

¡Jesucristo, mi Señor! Me asombra el hecho de que tú, el Dios eterno, te hiciste hombre por mí. Dejaste el esplendor celestial por el establo de Belén. Anduviste por las polvorientas veredas de Palestina, enseñando y haciendo el bien. Calmaste el mar furioso; sanaste al enfermo y diste esperanza al desalentado.

Tú, el perfecto Hijo de Dios, tomaste mi pecado y llevaste mi castigo. Sufriste el dolor, el rechazo, la soledad…y la muerte. Eres Jesús, mi Salvador.

Resucitaste triunfante del sepulcro. Desde que te recibó por la fe, vives en mí y estás transformando mi pensar y mis anhelos. Has quebrantado el poder del pecado en mi vida. Eres Cristo, mi Libertador.

Hoy ocupas el lugar de honor a la diestra de tu Padre, donde intercedes por mí. Y cuando regreses a este mundo en gloria, toda rodilla se doblará y toda lengua confesaré que eres el Señor, Dios todopoderoso.

¡Jesucristo, tú eres mi Señor! Te amo, te adoro y te alabo con el canto que surge de mi ser.

Mi Dios y Padre Celestial

Dios mío, estoy maravillado ante tu grandeza. Eres el Creador que esparciste en el espacio vacío
los miles de millones de estrellas y que llamas a cada una por nombre.

Tú formaste nuestro bello mundo con sus majestuosas montañas y vastos mares. Diseñaste la fragante rosa y diste melodías al ruiseñor. Sostienes las galaxias inmensas, así como los átomos invisibles.

Tú encauzas la historia por tu soberano poder. Las grandes naciones te son como el polvo en la balanza y ni un solo pajarillo cae sin ti. Eres el principio y el fin; desde la eternidad hasta la eternidad, tú eres Dios.

Eres perfecto en santidad y justicia, pero también grande en amor y misericordia. Enviaste a tu Hijo a morir por mí, un pecador condenado, y me diste nueva vida por fe en él. Ahora soy tuyo para siempre.

¡Padre celestial, cuando contemplo la magnitud de tu persona y tus obras, un cántico de adoración y gratitud brota de mi corazón hacia ti!

Cantemos de su amor

Bueno es alabarte, oh Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo; Anunciar por la mañana tu misericordia, y tu fidelidad cada noche.

Alabad a Jehová, naciones todas; pueblos todos, alabadle.

Porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia, y la fidelidad de Jehová es para siempre. Aleluya.

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.

Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.

Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra
salvación.

Anunciemos su poder

¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados?

He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo.

Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio.

¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance.

Oh Jehová, Dios de los ejércitos, ¿quién como tú? Poderoso eres, Jehová, y tu fidelidad te rodea. Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; cuando se levantan sus ondas, tú las sosiegas.

Tuyos son los cielos, tuya también la tierra; el mundo y su plenitud, tú lo fundaste. Tuyo es el brazo potente; fuerte es tu mano, exaltada tu diestra.

Justicia y juicio son el cimiento de tu trono; misericordia y verdad van delante de tu rostro. Bienaventurado el pueblo que sabe aclamarte; andará, oh Jehová, a la luz de tu rostro.

Bendeciré al Señor

Bendeciré al Señor con toda mi alma. ¡Cuán grande eres, Señor y Dios mío! Te has vestido de gloria y esplendor; Te has envuelto en un manto de luz.

Tú extendiste el cielo como un velo.

Conviertes las nubes en tu carro; viajas sobre las alas del viento. Los vientos son tus mensajeros y las llamas de fuego tus servidores.

¡Cuántas cosas has hecho, Señor! Todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de todo lo que has creado.

La gloria del Señor es eterna. El Señor se alegra en su creación.

Mientras yo exista y tenga vida cantaré himnos al Señor mi Dios.

Obreros para la mies

Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.

Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, más los obreros pocos.

Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.

Puedes encontrar gozo al seguir el plan de Dios

El plan de Dios es traernos felicidad eterna. Cuanto más aprendemos acerca de Sus planes, más nos damos cuenta de que no podemos regresar solos a Él.

Él hace que cada pecado, cada error que cometas en las pruebas de tu vida, desaparezca y sea olvidado por medio de Jesucristo. Esto requiere un verdadero arrepentimiento. También requiere el bautismo y recibir el Espíritu Santo y un esfuerzo constante para volver a Dios. Pero a través de Jesucristo, quien está en el centro del plan de Dios, puedes.

Estás en esta tierra para mejorar, para venir a Dios y encontrar la felicidad. Al seguir el plan de Dios y Sus mandamientos, puedes experimentar gozo ahora y durante toda tu vida.

Enséñame a cumplir mi misión

Gracias, Señor, este nuevo amanecer, por ayudarme a decidir cómo usar el tiempo que me has dado.

Aunque nuestro camino parecía demasiado empinado para continuar, nos preguntábamos si había un amanecer más allá de la oscuridad, y aunque no elegimos las circunstancias en las que nos encontrábamos, elegimos creer en ti y en mi Dios. Enséñame a cumplir mi misión a través de tu palabra.

Confío en ti y en mi Dios para guiarme hacia adelante. Podemos confiar en Dios en la oscuridad y podemos confiar en Dios en la luz.

2da. Corintios 1:9
Nos sentíamos como condenados a muerte. Pero esto sirvió para enseñarnos a no confiar en nosotros mismos, sino en Dios, que resucita a los muertos.