¿A qué estás dispuesto?

¿Alguna vez has estado en una situación difícil? Donde se te ha tratado injustamente, donde te han culpado de algo donde tu eres inocente.

Imagínate que nunca has robado nada, pero aún así eres tratado como un ladrón. Nunca has hecho cometido un delito, pero aún así te tratan como un a un criminal.

Esto fue lo que vivió Jesús. Aún cuando Él era inocente, sin pecado, fue declarado como pecador, como un ladrón deshonesto y con malas intenciones.

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” 2 Corintios 5:21″

Por nosotros; Jesús, que no conoció pecado se hizo pecado para justificarnos y salvarnos. Aunque Jesús era perfecto, por amor a nosotros se convirtió «en pecador» y tomo el lugar que nos correspondía. Él llevo nuestros pecados a la cruz.

Su sacrificio trajo libertad y perdón a nuestra vida. ¿Crees que alguien te ama más que Jesús?

Por amor a ti, Él decidió aceptar esa injusticia y sufrir en esa cruz. Que más grande prueba que esa, morir de acusado como pecador, de nuestros pecados. Esa es la prueba más grande de amor que alguien a hecho por la humanidad.

¿Tú que estás dispuesto a pasar por Jesús en tu vida? ¿Estás dispuesto a pasar injusticias por su nombre? ¿Estás dispuesto a dar tu vida a Dios por amor a Él?

Muchas veces queremos sus bendiciones pero no estamos dispuesto a dar o hacer nada por Jesús. Pero cuando reconoces el sacrificio que Él hizo por ti, y lo que estuvo dispuesto a pasar por amor, empiezas a agradecer y confiar en lo que Dios tiene para ti. Empiezas a ver milagros sobrenaturales en tu vida.

Identidad

Nos ha tocado vivir en una época especialmente sensible a las cuestiones identitarias; cada persona tiene derecho a su propia identidad como tal, es decir, a todo aquello que la define y le hace ser lo que es; y lo mismo sucede a niveles nacionales, regionales, y hasta comarcales y locales, si cabe. Nada de ello debiera entenderse, en principio, como negativo. Al contrario, las identidades bien marcadas, bien definidas, contribuyen a dar colorido a este mundo, nos enriquecen a todos cuando las comprendemos en su justa medida.

Algo similar sucede en el ámbito de lo religioso, más todavía, en el eclesiástico cristiano. Cada denominación busca su identidad en su historia particular, en sus creencias distintivas, en su estructuración.

¿Qué define, entonces, nuestra entidad como cristianos episcopales pertenecientes a la Comunión Anglicana? Grosso modo, lo siguiente:

En primer lugar, UNA CLARA CONCIENCIA DE QUE LA SANTA BIBLIA, EN TANTO QUE PALABRA DE DIOS, CONTIENE CUANTO ES NECESARIO PARA NUESTRA SALVACIÓN. Ello significa que solo en sus páginas sagradas vamos a encontrar realmente a Cristo nuestro Señor, su obra redentora conforme al propósito divino, y sus enseñanzas imperecederas, de valor perenne para el conjunto de la humanidad. Entendemos que Dios nos ha hecho entrega de su Palabra, no para que especulemos sobre ella o para que perdamos miserablemente el tiempo con cuestiones secundarias, sino para que enfoquemos lo principal y a ello dirijamos la atención de cuantos nos rodean.

En segundo lugar, UN MANIFIESTO RESPETO A LAS VENERABLES TRADICIONES DE LA IGLESIA APOSTÓLICA, CONFORME NOS FUERON TRANSMITIDAS POR LOS PADRES DE LA ANTIGÜEDAD, LOS CREDOS ECUMÉNICOS, LOS TEÓLOGOS Y LOS REFORMADORES, viendo en ellas un auxilio nada desdeñable para nuestra comprensión de las Sagradas Escrituras y su aplicación a la vida cotidiana del creyente y del conjunto de la Iglesia. De ningún modo entendemos que estas sanas tradiciones sean contrarias a la enseñanza bíblica; más bien están ahí como un depósito apostólico, un legado de los primeros cristianos de tiempos neotestamentarios y los primeros siglos, que estamos llamados a conservar. La Iglesia no es algo que aparezca y desaparezca con el decurso del tiempo, una institución meramente humana que se pueda refundar cuantas veces se quiera; su institución es divina y su establecimiento de una vez por todas hace dos milenios, tal como nos enseña el Nuevo Testamento. Quienes hoy formamos parte de la Iglesia no somos simples miembros de una denominación o parroquia actual, sino que nos entroncamos directamente con aquellas primeras comunidades establecidas por los Apóstoles de Jesús y sus continuadores. Ello explica que nos consideremos una iglesia católica y apostólica, al mismo tiempo que reformada.

En tercer lugar, EL RECONOCIMIENTO DE LA RAZÓN COMO UN DON DE DIOS ALTAMENTE NECESARIO PARA EL ESTUDIO Y LA COMPRENSIÓN DE LA SANTA BIBLIA Y DE CUANTO ATAÑE A LAS COSAS DEL SEÑOR. No podemos, pues, contraponer fe y razón, o razón y revelación, como se suele hacer, por desgracia, en ciertos círculos religiosos de nuestros días. Sería absurdo suponer que cuanto Dios comunica a los hombres carece de lógica o de sentido, y que tan solo unos cuantos “iluminados” pueden acceder a ello por vías sobrenaturales vetadas al resto. El hecho de que la propia Biblia y las tradiciones apostólicas hayan sido transmitidas por seres humanos y en idiomas humanos obliga a emplear métodos humanos, razonamiento humano, lógica humana, para su comprensión. De este modo, el estudio serio y conciso de las Sagradas Escrituras no solo no está reñido con métodos críticos, sino que se enriquece notablemente al ser empleados.

En cuarto y último lugar, UN ACENDRADO SENTIMIENTO DE HERMANDAD ENTRE TODOS LOS SEGUIDORES DE JESÚS DE NAZARET. No tenemos conciencia de ser únicos ni tampoco los mejores. Nos reconocemos miembros de un cuerpo grande y variado, con cuyos diferentes miembros nos sentimos hermanados. La plena comunión que mantenemos con otras denominaciones, o los acuerdos firmados en relación con la práctica sacramental o con la gran doctrina de la Justificación por la Fe, nos hace conceptuarnos como parte integrante del Cuerpo de Cristo y llamados a la unidad. Asimismo, propugnamos una unidad en la que se reconozcan las distintas señas identitarias de cada cual, de modo que la Iglesia, sin perder su carácter universal, se vea enriquecida por la polícroma diversidad de sus componentes.

¿Qué tienes?

A veces las cosas no salen como las planeamos, como las soñamos o simplemente como necesitamos que salgan. No conozco a nadie que se haya librado de vivir épocas donde la vida nos exprime más de lo que creemos soportar y donde concluimos que ya no tenemos nada que dar, ni fuerzas, ni energía, ni ganas para seguir… ¡Nada! Y si nos preguntan qué tenemos, la respuesta indudable es: “Nada”.

Es como lo que le tocó vivir a la mujer viuda que aparece en 2 Reyes 4:1-7. Ella enfrentó la pérdida de su marido y luego cayó en cuenta de que las deudas que él le dejó alcanzan a los hijos de ambos, por lo que están en riesgo de convertirse en esclavos. ¿Se imaginan su dolor y su angustia? Su mundo se estaba viniendo abajo, pero afortunadamente acudió al profeta Eliseo para pedirle ayuda.

En ese pasaje vemos que el profeta no le pregunta mucho, no pide explicaciones, y más bien se concentra en una pregunta: “¿Qué tienes?” Ella responde sin dudar: “¡Nada!” Pero parece que lo piensa un poco más y luego le dice que solo tiene “una vasija de aceite”. ¡Eso bastó para que el profeta declarara la Palabra y ella pasara de una crisis financiera a ser una empresaria!

Me gusta mucho la actitud de la mujer, quien no pensó en buscar culpables o arremeter contra su esposo, quien la puso en esos aprietos. No buscó hacerse la víctima, sino más bien se puso en plan de acción. Como madre, su objetivo eran sus hijos y esa es la actitud que a veces debemos tener para avanzar y salir adelante

Quizá no sea a tu esposo a quien hayas perdido, sino tu trabajo, un contrato importante, tu casa o una empresa, pero aunque sientas que no tienes nada, observa a tu alrededor: te darás cuenta de que Dios ya te ha provisto de algo que, por pequeño e insignificante que parezca, Él puede multiplicar. ¿Te parece muy fácil para ser cierto? Toma en cuenta que Dios ilustró la Biblia con ejemplos como este para que podamos identificarnos con estas situaciones y por fe comprendamos que cualquier “imposible” también puede ser alcanzable para nosotros, en este tiempo y con nuestras propias circunstancias.

En años de conocer al Señor puedo decir que al final no se trata de qué tan desamparados nos sintamos o qué situación estemos viviendo, sino de quién viene a nuestro amparo. Si estás convencido de que Dios es tu Padre amoroso, no pienses en lo que no tienes sino en esa vasija que está escondida en algún lugar y que Él puede usar para sacarte adelante. ¡Encuentra tu vasija!