Espíritu de Dios, ¡cuán maravilloso eres!
Desde la eternidad existes con el Padre y el Hijo,
con quienes creaste el mundo.
Es por obra tuya también que yo soy una
nueva creación. Tú me convenciste de mi pecado
y me llevaste a la fe en Cristo. Me diste nueva
vida e hiciste tu morada en mí. Eres el sello que
garantiza mi redención final.
Hoy eres mi Guía y Consolador. Me ayudas
a entender la Biblia, la que tú mismo inspiraste.
Te entristeces por mi desobediencia; señalas mis
errores y me impulsas a confesarlos. Me das poder
para vencer la tentación y el pecado.
Cultivas en el huerto de mi vida el fruto
que te agrada. Utilizas para beneficio de tu
iglesia las habilidades con las cuales
me has capacitado.
¡Qué privilegio es tenerte como mi Ayudador!
Cuando me someto a tu control, mi corazón rebosa
con melodías de alabanza y gratitud a Dios.